EL PERDÓN
Si pudiésemos retroceder en la historia del hombre y ahondáramos en los inicios de su existencia, seguramente nos encontraríamos que desde entonces el perdón ha sido un fiel compañero de la interioridad y la vida del ser humano. Nacida del espíritu del hombre, sin duda es una de sus mayores cualidades que lo acercan y lo hacen parecidos al Dios de sus sueños y anhelos. No existe condición humana que engrandezca más la esencia del hombre, que el auténtico sentimiento de perdón nacido no de su corteza cerebral, sino de lo profundo de su corazón.
Perdonar al otro implica sobreponerse a muchas condiciones y pulsiones humanas. Es sobreponerse al amor propio vulnerado que pide a gritos justicia o retaliación en el menor de los casos. Conlleva domar y someter los instintos de venganza y revancha anclados en lo más profundo del espíritu humano. Implica comprender y asumir la naturaleza del otro revestida de la misma coraza de limitación que la propia. Supone la existencia de un mínimo sentimiento amoroso o comprensión por el otro al que le ha tocado el turno de fallar. De allí, quien tiene la capacidad de perdonar, necesariamente debe estar inserto en las profundidades de la condición de ser humano.
Nadie tendría la posibilidad de perdonar a su congénere, si no vive con absoluta claridad su condición de persona limitada en proceso dinámico de formación y perfección. Sólo de la lúcida conciencia de la limitación personal puede nacer la posibilidad de entender y poder desembocar en la sublime y maravillosa vivencia de perdonar.
El perdón dado para cada ser humano es diferente. En buena parte está condicionado a la formación social y familiar en que se ha desarrollado. En nuestro país, en especial, la historia social de violencia, conflicto y persecución vividas estigmatizan con fuerza a la persona sometida a la opción del perdón.
La cultura y la etnia dejan en el hombre y en su cosmovisión una singular condición que limita, más que favorece, la capacidad de perdonar. Ejemplos tétricos tenemos en este siglo pasado: el antisemitismo que llevó al holocausto en la segunda guerra mundial; los genocidios étnicos de la península de los Balcanes; el racismo vivido por los hombres de color en los Estados Unidos; las persecuciones de ghetto y tribus sufridas en el África media y septentrional.; las absurdas discriminaciones religiosas vividas en Irlanda o el Aspartheid sudafricano, o…nuestra historia de lucha partidista (la violencia de los años 50) y de beligerancia guerrillera que por más de cincuenta años continúa desangrando la patria.
No podemos imaginarnos un mundo sin la existencia del perdón.
La cotidiana convivencia está tapizada por múltiples errores muy propios de la condición humana. Muchos de ellos llegan al hombre lastimando su yo, destruyendo parte del camino construido o acabando con los ideales sembrados desde siempre. Solamente el perdón real, y el auténtico reconocimiento por parte del injuriado, sintiéndose también limitado y frágil, y la irremplazable presencia del amor solidario, fraterno o religioso son los ingredientes fundamentales que permiten el olvido y el continuar el único camino de la reconciliación, dejando a la vera del sendero las lágrimas del corazón. Sin el perdón la convivencia en el planeta sería imposible.
Los errores y las fallas manados de la naturaleza humana se presentan entre nosotros con una frecuencia inusitada. Podríamos decir, que es la situación más frecuente, acompañada con los actos de amor en el tortuoso vivir del planeta tierra. Quizás por estar con tanta frecuencia en su compañía, los hombres hemos subestimado su importancia entre nosotros. Sin la existencia del perdón la gran mayoría de relaciones interpersonales e intrafamiliares no podrían llegar a un final feliz.
Otra cosa es el comportamiento que experimenta el perdón en la vida social. Está ligado íntimamente a las leyes que rigen las comunidades. Allí los errores se pagan con sanciones y castigos. Deja de existir el perdón de mano del ciudadano para que su comunidad lo haga punible según los códigos de su justicia.
Es en este punto cuando uno se cuestiona, sí los castigos de encarcelación, arresto y aislamiento del individuo que encuentran culpable frente a un hecho punible, es el camino más adecuado, tanto para el reo como para la sociedad. Quizás el perdón aplicado en forma de trabajos en pro de su comunidad, como reparación del delito, la reposición del daño hecho a la víctima o trabajos en su propia comunidad, sean senderos más efectivos para la rehabilitación y reincorporación del que delinque a su sociedad, que los dados hasta el momento por la reclusión por años en una cárcel, en donde en la mayoría de los casos, lo único que esta medida proporciona es protección a la sociedad de un nuevo delito, pero sin producir cambios fundamentales en la etiología delictiva, ni mucho menos en el arrepentimiento y la rehabilitación del condenado.
Nuestro sistema penitenciario, que se encuentra saturado en el número de detenidos hasta llegar al hacinamiento, debería ser reestructurado si partimos del hecho de que buena parte de los delitos cometidos son motivados y tienen raíces en la situación de injusticia y desigualdad social reinante en países como el nuestro, en donde el 60% de su población, vive en parámetros de pobreza y en donde la insurrección y la beligerancia sobreviven en la lucha en espera del sueño de un cambio social justo y ecuánime.
Posiblemente, hoy más que ayer, la humanidad necesita de la existencia del magnánimo don del perdón, para hacer frente a la crisis de violencia y retaliación que sufre buena parte del planeta tierra. El 11 de septiembre del 2001 selló la existencia de una ancestral rivalidad religiosa y política entre oriente y occidente. El terrorismo apareció como el primer recurso absurdo e inhumano de “ejecución de la justicia y la venganza” entre culturas antagónicas pero participantes del mismo género y condición humana. En ese momento se trató de establecer la nueva jerarquía de valores mundiales, alineándose los países en forma equivocada o soterrada entre el bien y el mal. Desafortunadamente, la verdad y la equidad no acompañaron ésta trascendental decisión para las naciones que se alinearon en uno u otro camino.
Aquí estamos, y seguiremos en la miedosa espera de que la guerra sin fin no engendre más sus nefastos hijos. Sólo en el mutuo perdón y el respeto entre los que creen estar en el “bien” o en el “mal”, está la salida hacia la paz y la convivencia que tanto el mundo necesita y añora desde aquel inicuo día.
Con frecuencia la impunidad y el perdón terminan juntos al final del camino. El perdón habla de la generosidad y la abundancia, en cambio la impunidad pregona la limitación y la mezquindad. Uno es producto de la conciencia y la virtud y el otro es la conclusión de la indiferencia y la incapacidad. Sin embargo, la presencia del perdón en el corazón humano, consume la triste vida de lo impune. ¿La impunidad en nuestro país es tan alta, por la enorme incidencia de la delincuencia o por la incapacidad de someter a la justicia a los que delinquen? Es posible que las dos razones aporten a la cruel realidad. Sería cierto, si al delito se le buscara no solamente para castigarlo, sino para encausarlo en la dimensión del perdón ajustado a la reparación social y personal del daño causado, seguramente la impunidad perdería sus bases y se desplomaría con el tiempo y el establecimiento de una justicia adaptada y comprensiva a las limitaciones de un hombre influenciado por su agresivo e injusto hábitat y entorno social, que con frecuencia lo conducen inexorablemente a fallar y delinquir. Para muchos casos, quizás la recuperación del delincuente como ser útil a su comunidad se lograría de una manera más eficiente mejorando sus difíciles e inhumanas condiciones de vida, que reteniéndolo por años en una de las tantas sombrías cárceles colombianas.
El perdón es el máximo reconocimiento a la limitación humana. Si el hombre tuviese la perfección del ser en su yo, no sería necesario conjugar dicho verbo. De allí lo complejo que la causa, la censura y la solución emerjan del mismo ser humano. Necesitamos dar un paso más allá de nuestra naturaleza para alcanzar un equilibrio entre las fallas humanas, el castigo o el perdón; es allí, cuando Dios venerado en cualquier lugar del planeta, da y regala a su creyente el inmedible regalo del perdón, porque este don contiene una importante esencia de divinidad. Quien puede perdonar a profundidad, es quien no necesita de nada ni de nadie, cualidad exclusiva del Ser Supremo.
Cuán diferente sería sí la Justicia humana dejara que en sus raíces se entremezclaran con algo de lo enseñado en el evangelio. Le preguntan a Cristo. ¿Cuántas veces debería uno perdonar a su hermano.¿ siete veces?. El Señor responde sin titubear: setenta veces siete… en el lenguaje cotidiano traduce: ¡siempre ¡
Las sociedades fueron las primeras que quisieron a través de las leyes y la justicia, opacar y llevar al ”cuarto de los olvidos” al perdón. Muchos de los grandes mandatarios de la historia, creyeron ser magnánimos, al hacer sus leyes más despiadadas, fuertes y severas contra quien cometía la desgracia de delinquir. En forma paulatina el perdón social y la reparación del delito se fueron replegando y fueron siendo remplazado por corrientes jurídicas que bordeaban en la retaliación y la venganza camufladas de leyes y jurisprudencias elocuentes. Recordemos la sevicia creciente que despertó la cruel guillotina en la revolución francesa, o la guerra sin fin que viviremos en el siglo XXI, a causa del atropello mezquino y engañoso del presidente de turno de los Estados Unidos y sus aliados, al entrar a sangre y fuego en Irak, con argumentos falsos y camuflados de defensa de la libertad y muerte al terrorismo enemigo de la humanidad, que equívocamente quisieron combatir con la misma manera y arma de sus ficticios enemigos orientales.
Es peligroso vivir en un mundo sin perdón, y lo que es peor, legalizando e instituyendo normas universales dictadas por los imperios del momento, cercanas a la venganza y a la ley del Talión, derrocada hace dos siglos por la ley del Amor, justificando actos de lesa humanidad e invasiones que sólo acabaron con las costumbres y tradiciones de otros pueblos como el Iraquí, en aras de mantener y acrecentar el poder y la hegemonía en el planeta, camuflando sus incapacidades para establecer una verdadera y sostenible convivencia armónica entre los que caminamos por este maravilloso planeta. ¡Que Dios nos perdone y aclare nuestra ceguera…!